9/5/16

Ella se buscaba.



Ella se buscaba.
Se buscaba entre las ramas,
entre los susurros
y las caricias de los árboles.

Con una brújula rota
y una sonrisa a medias.
Sin un mapa dibujado
ni trozos de pan en el camino.

Intentando orientarse,
mirando de no tropezar,
tripulando pesadillas,
y nadando a contracorriente.

Pero la luna la volvía a atrapar
y en su red la secuestraba.

Víctima de la noche
y del abismo del vacío.

Entonces ella pensaba
y se daba cuenta de que
cuanto más se buscase
más lejos se hallaría.

28/2/16

¿Quieres bailar al compás de esta locura a la que llaman vida?


Me acerqué lentamente a él y apoyé mi cabeza en su pecho. Me miró, y sentí que miles de recuerdos me golpeaban tan fuerte que mi alma entera se vino abajo. No articuló ni una sola palabra, tan solo estaba ahí, observándome, con un brillo peculiar en sus ojos. Realmente esperaba que sonriese, o que hiciese algo, porque cuando adoptaba esa pose tan distante, notaba como si yo realmente tuviese sentimientos. Y tal vez me hubiese enamorado de él tan locamente que la eternidad le había jurado a nuestro amor jamás abandonarnos.
          Y no sonreía. Simplemente se encontraba a centímetros de mí; tenerle tan cerca me hacía sanar las heridas de mi corazón, me hacía perder aún mas la cabeza y abría unas grietas en mi interior. No le mires, joder, no le mires, me repetía una voz profunda dentro de mí. No te acerques. Pero siempre había sido una chica algo contradictoria, así que lo hice, sin importar las consecuencias. Esto está mal. No importaba. Tan solo quería saber si sus labios seguían teniendo el mismo sabor, si sus caricias aún me hacían sentir lo mismo que antes de ese repentino final. Y sabía que no podría volver a casa sin haberle besado, porque él era quién me hacía sentir como en casa. Entonces me di cuenta de que, comparado con sus caricias, el paraíso no era nada más que un estúpido pedazo de un sueño completamente inexistente. Él hacía que el cielo fuese cualquier lugar del mundo, siempre y cuando sus brazos rodearan la coraza que cubría mi frágil ser. Tal vez él fuese el único que me invitaba a bailar, a bailar al compás de esta locura tan irreal como jodida llamada vida.

Depresión era su adicción

Estaba lloviendo. No hacía frío, pero ella notó como se hacía de su cuerpo una tela transparente, y frágil. Frágil como lo era su alma, protegida por esa coraza tan mal blindada. Y notaba como sus huesos se fragmentaban, y como las gotas heladas la traspasaban sin esfuerzo.
          Y lo pronunció, así, de forma suave pero como con dificultad, dejando salir esas dos simples palabras de su cuerpo como al mago al que el truco le sale mal y no tiene ni la más mínima jodida idea de como solucionarlo. Porque, en el fondo, ella ya sabía que no hacía frío, sino que éste era causado por la extraña sensación que le producía la distancia, tan corta y a la vez tan larga, que la separaba de los brazos de él.
          —Tengo frío. —Él la miró, sin saber qué hacer. Ella desnudó todas sus debilidades, dejándolas entrever por el huequecito de la puerta. Y él se acercó, a mirar, para ver si se quitaba algo más. Pero, como ella no lo hacía, decidió entrar y desnudar, esta vez, la tristeza que la consumía.



25/11/15

Ella siempre había sido arte, y el arte nunca había tenido la necesidad de ser bonito.


Se giró y agarró el paquete de tabaco. Lo abrió y sacó un cigarrillo, se lo puso entre los labios y buscó el mechero en los bolsillos de su chaqueta.
     La observaba encenderse el cigarro. A causa del viento, su pelo estaba revuelto y le cubría una mitad de la cara. No parecía importarle, pues actúo con su típica indiferencia, esa que le hacía parecer ruda y desconsiderada.
     —¿Qué se supone que estás mirando? —preguntó.
     —Me gusta apreciar el arte. —Ella hizo una mueca y volvió a girar la cabeza. Dejó el mechero, de nuevo, en su bolsillo y le dio la segunda o tercera calada al cigarrillo. Supongo que fingía no sentirse incómoda con mi mirada clavada en ella y mis extrañas y sinceras respuestas a sus inútiles preguntas. Realmente, hoy en día, todavía no sé si tan solo fingía con una increíble facilidad o, en el fondo, le daba igual lo que le hubiese contestado.

Sin embargo, juro que no estaba haciendo nada que no fuese apreciar el arte. Ella era arte. No quiero decir que ella fuese bonita; no lo era. Sí que es cierto que era capaz de hipnotizarte con tan solo su mirada, felina y con un toque de agresividad. No obstante, sus delgados labios no quedaban bien con esos ojos gigantes de color pardo. Y su nariz... bueno, más bien parecía un puente que conectaba ambas partes de la cara, algo indispensable para un rostro pero nada que la hiciese agraciada. No tenía unas facciones muy hermosas. Pero, ¿no mentiría yo si dijese que el arte debe ser, estricta y obligadamente, bonito?
     Porque ella siempre había sido arte, y en ningún momento había sido bonita, pero a mí me resultaba atractiva. Cada parte de ella era una pieza distinta de una hermosa vidriera. Por muy fría e insensible que pareciera ser, por mucho que todos pensaran que no tenía sentimientos, era y es la chica más débil que he conocido, al menos hasta ahora. Escondía esa fragilidad dentro de sí misma, oculta tras sus usuales frases como "no me importa" o "yo no lloro".
     Si conseguías romperla, aunque su delicada alma estuviese ya fragmentada en miles de diminutos trozos, te romperías tú también con esos pedazos. Y mientras tú sangrabas y sufrías, mientras intentabas no sentir ese dolor, ella ya se estaba recomponiendo. Tal vez, para cuando te hubieses recuperado, ella ya se habría roto unas tres veces más, pero seguiría levantándose hasta que ya no pudiese más. Y —si estabas de suerte—, cuando ella ya fuera incapaz de volver a recuperarse en un tiempo, quizá te pedía ayuda. Supongo que fui uno de los pocos afortunados de verla declarándose mortal, proclamándose humana; a la vez que todos estaban ya acostumbradas a verla actuar como una fría deidad.

Y así era ella. Era arte en esencia pura. Consumiéndose calada tras calada, como lo hacía su vida mientras ella yacía en el suelo, con la cabeza apoyada en mi pecho, observando ese profundo cielo oscuro que, de alguna forma u otra, se asemejaba a ella.